miércoles, 2 de abril de 2014

Nuestro otro 2 de Abril

Estaba marcado en lo más profundo de mi ser que los 2 de Abril serían por siempre días tristes, de incomprensión, de locura, de bronca. Siempre pensé que la gesta de Malvinas sería la marca indeleble, el primer desengaño, la primer novia que se nos fue, ya desde niño Malvinas estaba arraigada en mí y con ella, el dolor y la frustración de un relato de cuento de hadas que en pocos días mutó en pesadilla. Cada año me propuse no olvidar, sabiendo que tenemos una facilidad asombrosa para erradicar aquello que nos lacera de nuestros recuerdos, o al menos, para marginarlos, restándole entidad y, porque no, identidad. Malvinas me llevó la infancia, me arrancó la ingenuidad de un tirón. No he dejado de enaltecer esa gesta cada vez que pude, HONOR Y GLORIA a todos nuestros héroes, por siempre, hasta el fin de mis días, pero no, el 2 de Abril debía ser aun más triste; más doloroso, ahora, mientras lucho con mis pensamientos para que encuentren un rumbo en estas lineas, ahora que son las cinco y pico de la tarde, hace justo un año comenzaba a hacer aun más doloroso mi 2 de Abril. Llovía, ¡Como llovía! Parecía que el cielo de alguna forma se sumaba a nuestro llanto silencioso. Por rara paradoja, a esta hora estaba frente a la plaza Islas Malvinas, ese lugar tan simbólico que guardó para siempre el portón que se abrió un día y dejó escapar tantísimas cantidades de sueños que no serían realidad. Apenas habían pasado las cinco y el agua ya comenzaba a ganar las veredas del lugar. Quiso el destino que llegase tarde, no mucho más de media hora, pero lo suficiente para no poder bajar y quedarme allí haciendo mi trabajo. Me volví renegando por la jornada de trabajo perdida y porque la lluvia intensa como nunca había visto, hacía estériles los esfuerzos de mi limpiaparabrisas. Esquivando calles anegadas, llegué a mi hogar sin sospechar lo que vendría. Mientra mi ciudad en silencio literalmente se hundía, mi hijo, me pedía jugar nuevamente algún juego que ni recuerdo hoy, y casi como en un guiño kafkiano, mi hijo, la continuación de mi vida, grita y reía mientras otros lloraban y perdían las suyas. Pero el 2 de Abril debía ser más triste, la noche llegó con el pedido de ayuda de nuestros vecinos, y allí el drama golpeó a nuestra puerta, nos trajo a la realidad como en aquel invierno cuando los diarios que habían clamado por épicas victorias decían que nos rendíamos. El agua estaba ingresando en los hogares linderos. No hizo falta convite para ser uno más paleando arena, haciendo bolsones para contener aquello que aun no daba indicios de lo que realmente era, hasta que por más que, hace tiempo ya, gasté dinero y más dinero que no tenía en rellenar el terreno, a pesar de mi previsión y esfuerzos, a pesar de todo, el agua comenzó a ingresar a casa, a esta casa que tiene nuestros sueños, nuestros sudores diarios para ganar el peso que la ponga en pie, nuestros No, toda esa enorme cantidad de Nos que tuvimos que decir a cientos de cosas que realmente deseábamos para poder llevar a buen puerto ese sueño casi utópico de tener la casa propia, ahora, gracias a la desidia, la desvergüenza, y todos los calificativos en los cuales estamos todos de acuerdo, gracias a quien sabe quienes, el agua estaba ingresando, silenciosa, negra, implacable, amenazando llevarse todo, tapando cada centímetro de nuestro orgulloso progreso. Y ya no pudimos saber nada de nadie. Las luces se apagaron y las comunicaciones se callaron, quedamos solos como la paradoja final de ese "sálvese quien pueda" que pretendieron instalar los mentores del individualismo que arrasaron estas latitudes. El agua no respetó nada, comenzó a devorarse uno a uno los escalones de la escalera, sin traer aviso de su finalización, hasta que se detuvo satisfecha cuando ya el tercer peldaño era historia. Quedaba por delante una larga noche, una triste noche. Los teléfonos a regañadientes nos trajeron algo de paz con nuestros seres queridos, y la internet que por rara casualidad seguía activa en mi móvil, me ponía al tanto de la tragedia. Los pedidos desesperados, esos mensajes al aire que vivirán en mí como los gritos que se trajieron los chicos allá en el sur. Aun era 2 de Abril y ya sabía que era un desastre a nuestro alrededor; mientras tanto, como siempre, Manuel hacía travesuras hasta caer rendido por el sueño.
No se que hora era, se que era tarde y oscuro, tomé mi linterna, bajé la escalera y avancé dentro de la casa con el agua arriba de las rodillas. Al salir la oscuridad engullía todo, el haz de mi linterna se proyectaba por arriba del agua, que en la vereda de casa me llegaba al pecho, y devolvía sombras siniestras, el silencio era estremecedor, algunos gritos y llantos lo quebraban viniendo desde ignotos lugares y ante el rayo inquisidor de mi linterna vagaban esas imágenes flotantes que nunca he de olvidar. Una lluvia de cenizas pegajosas hacían más surrealista el espectáculo de la destrucción
Abrumado, regresé a casa y me reencontré con mis amores durmiendo, hasta los perros habían subido y encontrado refugio al pié de nuestra cama y supe instantáneamente que siempre hay cosas más importantes por perder y como si nada el agua dejó de cobrar importancia mientras me acurrucaba, aún frío por el agua, junto al calor de mi hijo que juraría tenía una sonrisa mientras dormía.
Sabiendo luego lo que pasó, si ha de pasar de nuevo y a mi me toca lo mismo, firmo ya, aquello que no podía perder está conmigo y hace mínimo aquello que el agua me arruinó. Luego vinieron la solidaridad y las mezquindades, las posturas altruistas y las otras, como siempre, nada nuevo, pero que dan lugar, como en aquel otro 2 de Abril, al agradecimiento eterno a todas las manos que se tendieron, los de siempre, los incondicionales que siempre están y decenas de otros que me ofrecieron de todo desinteresadamente; quedará sin embargo la huella, la marca, el temor ante cada alerta, ningún buen gesto lo hará perecer. Al fin de cuentas, por lo visto siempre mi 2 de Abril puede ser un día más triste.

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