viernes, 3 de junio de 2011

PRIMEROS FRIOS

El cielo se pintó del más puro celeste y ellos aparecieron entre la hojarasca, la espalda doblada, la cabeza que hace tiempo no conoce un peine. Las manos curtidas, duras, las uñas sucias.
Cada año se repite la cruel ceremonia, el primer frío sopla y ellos explotan en esquinas anónimas. Invisibles, olvidados; tocando su canción de despedida.Hurgan entre los desechos ante las miradas inquisidoras de los perros que son los únicos fieles compañeros de su caída. Se llenan de cartones y papeles que se vaciaron antes de alegrías. Algunos tiran de carros, otros abarrotan sus bicicletas de bolsas siempre a punto de estallar.
Cada año lo mismo. El paisaje amarillo me trae los miedos más profundos de mi niñez, cuando desde el hogar humilde apagábamos cada bombilla innecesaria para no gastar mas de la cuenta. Cada día era una lucha por no tener un mañana olvidado, olvidable. Todo el barrio se caía a pedazos y en la casa igual se soñaban sueños de grandezas.
Recuerdos tardes frías, reunidos junto a la estufa a kerosén cruelmente rebajado, y las palmas sin nombres que se batían en el frente de alambrado de la casa y siempre al menos algo se llevaban, y nos reconfortábamos de repartir lo poco y hacía que el té con galletitas baratas fuese la merienda más exquisita.
Cada frío renueva mis miedos infantiles. Esa miseria abofetea a mis propias miserias. Me siento mal pasando de largo, buscando mil excusas para no parar desde la comodidad de mi auto, y llego a casa en llamas, lejos de aquel niño temeroso que se alegró de haber entregado el paquete de harina que bien luego podría haber sido una esponjosa torta, como solo las manos de amor de una madre pueden hacer.
Me pego la vuelta a buscarlo, a darle algo, pero llego y ya no estaba, se había vuelto invisible, o quizás yo lo había vuelto invisible al pasar a su lado y no tenderle una mano. Y me vuelvo triste. Pensando que en cualquier vuelta de esta calesita que algunos llaman vida, yo podría ser él. Su imagen desgarbadaharapienta me va a castigar toda la tarde. Me van a venir a la mente las fotos desgastas y amarillentas de cuando era niño. La bomba de agua manual, el mueble que debía ser biblioteca pero se truncó en despensa donde guardar todo tipo de cosas, los ladrillos que suplantaban a la pata rota, el viento jugando con hojas y papeles en el fondo del patio, la escarcha de la mañana al ir al cole.
Cada nuevo frío es lo mismo. Hombres gastados que ya ni tiritan de curtidos que están, buscando en los deshechos recomponer sus propios despojos. Alguna señora le pega el tirón al niño bajo la advertencia de "no mires" y apura el paso para también ella hacerlo invisible.
Cada nuevo frío es lo mismo.