domingo, 17 de julio de 2016

Adios Atilio

Esto lo escribí casi un año atrás, pero nunca supe si publicarlo o no, pero bueno, ahora que me toca estar del mismo lado del mostrador, lo tomo como el desahogo que en su momento fue escribirlo, nada de morbo, la vida y la muerte, esa interminable sucesión.

 La llamada no dejaba lugar a dudas, mi suegra estaba desesperada, lo que sea que había pasado con mi suegro, era grave, muy grave. Ni terminé de hablar que dejé el teléfono inalámbrico por cualquier lado y salí disparado a buscar el auto en mi garaje, por esas cosas del destino, antes de salir, volvió a sonar el teléfono y la voz de mi suegra se cortaba con el llanto, largué el aparato y salí de casa y esa demora fue el tiempo necesario para que aparezca Sergio, mi socio y amigo que casualmente arribaba a mi casa por motivo de trabajo, me pareció lo más acertado hacerle señas y subirme a su auto en un intento de ahorrar tiempo. La distancia entre las casas no es considerable y Sergio comprendió la gravedad de la situación y manejó realmente veloz, sin embargo el camino se me hizo interminable. Cuando llegué, mi suegra estaba desesperada, inmersa en gritos y llantos. Entramos corriendo. Mi suegro estaba tirado en el patio, su enorme humanidad tirada a lo largo, la cabeza contra un enorme macetero, inmóvil, recuerdo que sus labios parecían hinchados, los ojos fijos no miraban a ningún lado, ni bien lo toqué lo sentí frío e interiormente supe que no había nada por hacer, toqué sus ojos y no hubo reacción pupilar, sin embargo traté de desempolvar las maniobras de reanimación aprendidas sin mayor destajo allá cuando la muerte parecía algo tan lejano, y con fuerte maniobras y golpes intenté despertar a su corazón dormido, pero cuando le tapé la nariz e iba a intentar la reanimación pulmonar, un líquido viscoso y sanguinolento comenzó a salir de su boca y entendí que ya nada había por hacer, bajé sus párpados y solamente podía acomodar su cabeza. Mi suegra estaba completamente shockeada, se había retirado mientras estaba yo con el RCP, y me tocó ir a buscarla a la habitación para hacerle saber que Atílio estaba muerto, era difícil decirlo, pero mucho más lo era aceptarlo, Atílio estaba allí, pero ya no estaba, era recuerdo, pasado, algo intangible aunque aun pudiese tocarlo. La muerte bailaba su danza frente a nuestras narices y las preguntas sin respuestas llegaron sin aviso para instalarse en esa casa para siempre, como las lágrimas, como el dolor