sábado, 20 de agosto de 2016

Dylan

Apenas si pasaba la altura de las ventanillas. Se presentó como Dylan, pero nadie reparó en su nombre, seguía siendo tan anónimo como antes. La voz chillona, impostada, trataba de sobresalir por sobre ese murmullo constante que es el subte; dijo tener 10 años, pero importó tanto como su nombre. Se acomodó en el único espacio vacío del vagón y torpemente simuló alguna destreza con unas pelotitas gastadas y que eran grandes para el tamaño de su mano de niño. Mientras las pelotas viajaban desordenadas por el aire otro niño, mas pequeño aún, y aún más desalineado, se abría paso por entre las piernas del pasillo que proyectaban figuras enormes y desconocidas. Miraba el suelo, en parte para ver esas piernas que tenía que esquivar, pero no pude dejar de imaginar que buscaba el suelo por vergüenza. Pocos repararon en la gorra casi vacía que iba en sus manos y que no se animaba a extender en busca de algún dinero que premie el espectáculo que Dylan seguía promocionando con su voz chillona de vendedor ambulante, y por cierto el lo era, se vendía a si mismo. Imaginé también que eran hermanos, mucho más cuando Dylan le comenzó a hablar y su rostro perdió un poco esa mirada triste. Como siempre, una vez más, me asaltaron todo tipo de remordimientos y preguntas. Les di dinero sin saber si les hacia un bien o los marginaba aún más, le pregunté al más grande si iba a la escuela pero solo tomo el dinero y se bajó llevándose del hombro al pequeño y dejándome triste con esos ojos que buscaban el suelo acompañándome luego en cada cuadra mientras me empapaba una lluvia impiadosa que también los mojaría. Que estamos haciendo? Que estamos haciendo?

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